Por Wilfredo Mora
El autor es criminólogo y perito forense.
Drogas, policías y delincuencia forman un circuito que jamás se interrumpe. Este perímetro lo mantenemos en un juego judicial, pero no acertamos a una participación social activa. Excesivas son las muertes por causa del microtráfico, la mayor cantidad de presos por drogas en las cárceles, problemas de natalidad, absentismo escolar, prostitución en medios turísticos y deterioro familiar.
El análisis que proponemos respecto de la situación de los barrios en la lucha contra la delincuencia tiene que ver directamente con el fenómeno de las drogas, en su mayoría substancias marginales, que aunque manejamos sin estadísticas ni órganos responsables, involucra los servicios de la Policía en su conjunto, el rol de la municipalidad y, en general, del Estado, moviendo a problemas sumamente serios como el de la inseguridad ciudadana y la exaltación de la violencia social en estos días.
Las relaciones entre drogas y delincuencia son muy directas, especialmente afectan a la población joven de nuestros barrios. Estas se intensifican al no adoptarse algunos años atrás políticas locales, planes sociales o hacer frente mediante el uso de servicios sociales apropiados, para resolver necesidades de estos mismos jóvenes y de instituciones que contribuyen a su inserción.
El desarrollo de los barrios por si mismo conforma un medio de prevención de las drogas y de la delincuencia, ya que se reconoce como un proceso de orden general y de medidas particulares. Para lograrlo se necesita orientar el hábitat, organizar con equipamientos los servicios, y lograr una idea de identidad colectiva.
La lucha por el desarrollo de los barrios nos evita luchar contra el flagelo de las drogas. El fracaso de éste en la dimensión que reparamos debe pasar por una cooperación más estrecha entre escuela, familia y medios de comunicación. Nuestros muchachos no tienen la escuela pública que se requiere, el Estado no ha apoyado a las familias humildes, y la televisión no está al servicio de la comunidad ni es un vehículo para perpetuar actividades ni valores tradicionales.
Lo que estamos haciendo es ver a la Policía cazar a estos jóvenes mientras no le ofrecemos primero la ayuda o la posibilidad de contar con una sociedad que hace posible un empleo, una beca de estudio, o una ventana a sus iniciativas personales.
El autor es criminólogo y perito forense.
Drogas, policías y delincuencia forman un circuito que jamás se interrumpe. Este perímetro lo mantenemos en un juego judicial, pero no acertamos a una participación social activa. Excesivas son las muertes por causa del microtráfico, la mayor cantidad de presos por drogas en las cárceles, problemas de natalidad, absentismo escolar, prostitución en medios turísticos y deterioro familiar.
El análisis que proponemos respecto de la situación de los barrios en la lucha contra la delincuencia tiene que ver directamente con el fenómeno de las drogas, en su mayoría substancias marginales, que aunque manejamos sin estadísticas ni órganos responsables, involucra los servicios de la Policía en su conjunto, el rol de la municipalidad y, en general, del Estado, moviendo a problemas sumamente serios como el de la inseguridad ciudadana y la exaltación de la violencia social en estos días.
Las relaciones entre drogas y delincuencia son muy directas, especialmente afectan a la población joven de nuestros barrios. Estas se intensifican al no adoptarse algunos años atrás políticas locales, planes sociales o hacer frente mediante el uso de servicios sociales apropiados, para resolver necesidades de estos mismos jóvenes y de instituciones que contribuyen a su inserción.
El desarrollo de los barrios por si mismo conforma un medio de prevención de las drogas y de la delincuencia, ya que se reconoce como un proceso de orden general y de medidas particulares. Para lograrlo se necesita orientar el hábitat, organizar con equipamientos los servicios, y lograr una idea de identidad colectiva.
La lucha por el desarrollo de los barrios nos evita luchar contra el flagelo de las drogas. El fracaso de éste en la dimensión que reparamos debe pasar por una cooperación más estrecha entre escuela, familia y medios de comunicación. Nuestros muchachos no tienen la escuela pública que se requiere, el Estado no ha apoyado a las familias humildes, y la televisión no está al servicio de la comunidad ni es un vehículo para perpetuar actividades ni valores tradicionales.
Lo que estamos haciendo es ver a la Policía cazar a estos jóvenes mientras no le ofrecemos primero la ayuda o la posibilidad de contar con una sociedad que hace posible un empleo, una beca de estudio, o una ventana a sus iniciativas personales.
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