Lic. Wilfredo Mora.
El autor es Criminólogo y Perito Forense.
El mundo entero grita la necesidad de despenalizar el fenómeno de las drogas, por los efectos atroces que ésta causa. Legalizarla, empero, deberá seguir un proceso, no sobre fórmulas vacías, sino complejas. Es un proceso doloroso para la sociedad dominicana, pero es necesario para una conciencia cabal del fenómeno. Y sobre todo, deberá ocurrir de acuerdo a controles institucionales, dejando atrás la concepción de que el consumidor es un enemigo de la sociedad y que el traficante demandará nuevas actividades que sustituyan el rol de las drogas en lo sucesivo, requiriendo de parte del Estado nuevas atenciones. Lo único lamentable es que nuestro país sirve de puente a otros países que negocian a gran escala con estas substancias. Si no fuera por ese obstáculo tramposo es el momento de discutir seriamente qué hacer con las drogas.
La lucha contra las drogas de parte de la DNCD lo que hace exaltar la violencia del fenómeno de las drogas. Lo que tiene de epidemia este flagelo, guarda mucha relación con la corrupción de policías y de militares. La prohibición de la drogadicción aumenta de manera inmediata el consumo; pero la experiencia de otros países es que disminuye con los años. Hay que poner el acento en la conciencia de los jóvenes, no en la represión.
Por mucho años hemos perdido el sentido de que la drogadicción es una “contracultura” formada por una “cultura de dominación” del modelo capitalista y de los intereses económicos creados. La legalización de las drogas tiene otras consecuencias en las que no nos hemos puesto a pensar: Hacer que la familia intervenga, hable con los hijos, con los vecinos, los adultos con los jóvenes, se cuestione a las autoridades y la cárcel sea la última ratio.
Para muchos la drogadicción tiene la forma de la delincuencia, pero en el fondo lo que domina es una evasión de la realidad; actúa como una venganza contra la comunidad que no nos resuelve. Es por ello que muchos especialistas insisten que se trata de un fenómeno generacional; si es un relevo generacional, es porque los adultos de la sociedad no se han ocupado de los jóvenes, ni los Institutos Sociales, ni el Estado tienen una política pública hacia la juventud.
Muchos drogadictos son enfermos, no delincuentes. Hay que mantener en la visibilidad los efectos de esta problemática. El Estado no puede ser enemigos de los adictos y consumidores.
¿Elige la droga a la delincuencia o al revés? La legalización de la droga sólo genera delitos culposos, es decir, cuando es para abastecerse de la sustancia. De mantenerse el problema crecerá la criminalidad del microtráfico, que busca dinero y poder.
La mejor política antidroga no debe surgir de la actividad policial, sino de salud pública. En realidad es una política multidisciplinaria, pero no coordinada por la DNCD.
Finalmente, queremos hacer una evocación: “La droga es la bebida de los pueblos débiles, y el vino la de los pueblos fuertes”. Este es el momento de mirarnos como país civilizado, sentir orgullo de ser dominicanos, de que esta epidemia no nos esté pasando.
La lucha contra las drogas de parte de la DNCD lo que hace exaltar la violencia del fenómeno de las drogas. Lo que tiene de epidemia este flagelo, guarda mucha relación con la corrupción de policías y de militares. La prohibición de la drogadicción aumenta de manera inmediata el consumo; pero la experiencia de otros países es que disminuye con los años. Hay que poner el acento en la conciencia de los jóvenes, no en la represión.
Por mucho años hemos perdido el sentido de que la drogadicción es una “contracultura” formada por una “cultura de dominación” del modelo capitalista y de los intereses económicos creados. La legalización de las drogas tiene otras consecuencias en las que no nos hemos puesto a pensar: Hacer que la familia intervenga, hable con los hijos, con los vecinos, los adultos con los jóvenes, se cuestione a las autoridades y la cárcel sea la última ratio.
Para muchos la drogadicción tiene la forma de la delincuencia, pero en el fondo lo que domina es una evasión de la realidad; actúa como una venganza contra la comunidad que no nos resuelve. Es por ello que muchos especialistas insisten que se trata de un fenómeno generacional; si es un relevo generacional, es porque los adultos de la sociedad no se han ocupado de los jóvenes, ni los Institutos Sociales, ni el Estado tienen una política pública hacia la juventud.
Muchos drogadictos son enfermos, no delincuentes. Hay que mantener en la visibilidad los efectos de esta problemática. El Estado no puede ser enemigos de los adictos y consumidores.
¿Elige la droga a la delincuencia o al revés? La legalización de la droga sólo genera delitos culposos, es decir, cuando es para abastecerse de la sustancia. De mantenerse el problema crecerá la criminalidad del microtráfico, que busca dinero y poder.
La mejor política antidroga no debe surgir de la actividad policial, sino de salud pública. En realidad es una política multidisciplinaria, pero no coordinada por la DNCD.
Finalmente, queremos hacer una evocación: “La droga es la bebida de los pueblos débiles, y el vino la de los pueblos fuertes”. Este es el momento de mirarnos como país civilizado, sentir orgullo de ser dominicanos, de que esta epidemia no nos esté pasando.
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