
Uno piensa que cuando hay muchos méritos acomunalados, día por día, ya nadie tiene que salir a defender personas a quienes nadie debe denostar tan acre y desaforadamente. Aunque hayan cometido algún error o pecado, que no creo que ese sea el caso de estos comunicadores. Nunca he oído denostar a Sánchez ni a Mella por alguna vez haber participado en una actividad anexionista, ni menos a Duarte, que en una ocasión firmó, quién sabe por cuáles apremios, una carta pidiendo ayuda a un gobierno extranjero. Las personas, todas, merecen respeto. De eso se trata la democracia por la que tanta sangre se ha derramado, y de eso se trata el cristianismo, substrato de nuestra cultura.
Si a estos comunicadores, y a otros que corrientemente se oponen a atrocidades de funcionarios públicos, hay que defenderlos con manifestaciones masivas de respaldo, es porque nuestra sociedad y cultura están en gran peligro; especialmente en lo que respecta al libre albedrío y a la libertad de expresión y asociación.
No critico el celo de los ciudadanos dominicanos que tienen razones de sobra para desconfiar de sus élites políticas, empresariales e intelectuales en cuanto a defender la soberanía nacional. Los que lucharon por nuestra independencia a veces fallaron en eso, por temor al enemigo, por pragmatismo o por ambición personal. En todo caso, no tenemos derecho a irrespetar a los que piensan diferentemente: a aquellos que creen su deber defender a los hijos de extranjeros nacidos aquí y declarados por anteriores constituciones y leyes como dominicanos.
El celo dominicanista no nos debe llevar a acciones decrépitas, ni para defendernos de la eterna intromisión extranjera, ni de la inmigración pacífica de ciudadanos haitianos; ni tampoco para defender los derechos de unos que, conciudadanos o no, merecen un trato por lo menos justo y humanitario, desde todo punto de vista.
Los traidores están, seguramente, en otro lugar, y acaso hay temor de señalarlos por sus nombres. Probablemente muchos, que se sienten avergonzados y amenazados, no se atreven a plantarse frente a los poderes reales a exigirles que nos garanticen que el millón de indocumentados no será una carga ni una ni una amenaza para el país. Como muchas otras ocasiones: Seguimos enfrentando el problema que no es; o con la estrategia equivocada.
Por Rafael Acevedo
Hoy Digital
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